Παρασκευή 10 Φεβρουαρίου 2012

Panfleto a repartir en la próxima acción de Yo no pago, el 14 de febrero en la Bolsa

Posted by ΚΙΝΗΜΑΤΑ ΑΠΟ ΤΑ ΚΑΤΩ Παρασκευή, Φεβρουαρίου 10, 2012

Hace unas semanas decidimos volver a colarnos en el metro. Lo hicimos no sólo por la impresentable disparidad entre sueldos y precio del transporte, sino también, porque el transporte ha sido el punto donde la especulación conecta la precariedad laboral, el acceso a la vivienda y la destrucción del territorio. El 14 de febrero nos mudamos a la Bolsa, esa institución que trafica y mercadea con nuestras vidas y aspiraciones, como si de un monopoly se tratara. La Bolsa es el templo de la nueva religión, que le llama “mercados” a los especuladores, “confianza” a satisfacer su voracidad, y “crisis” a que el 99% paguemos los platos rotos de un banquete al que nunca fuimos invitados. Una religión que escapa a cualquier análisis científico, incapaz de predecir los caprichos del dios mercados, pero que nos exige constates y crecientes sacrificios en su honor...

La Bolsa representa también la puesta de rodillas de la democracia ante la casta privilegiada a la que nadie ha elegido, pero que pone y quita unos gobiernos (como en Grecia o Italia), o decide sin demasiado disimulo la composición y las políticas de otros, como en España. El problema reside en la manera que entendemos y asumimos la forma de afrontarlo. La versión oficial repite aquel argumento de Margaret Thatcher: No hay alternativa. Lo único factible y presentado como normal y de sentido común, es “recuperar la confianza en los mercados”. Seducir como sea y a costa de quien sea, nuevas inversiones de grandes capitales a cambio de una pérdida de derechos. Asegurar su viabilidad, lo que significa que, como mucho podrán generar algunos empleos y por supuesto siempre más precarios, más degradantes. Ese es el panorama, esto es lo que se entiende como “salir de la crisis”. Esa es la dictadura de la austeridad: penuria, recortes de muchos, para asegurar la viabilidad de los beneficios de pocos. Es la única forma en que los ricos pueden entender la necesidad de la regulación pública: regulación para desposeernos, para quitarnos todo. Poner al servicio del beneficio privado, los mismos recursos y bienes comunes –desde la información, hasta el agua-, que deberían ser disfrutados por todos y todas.

Pero las razones del privilegiado nunca pueden ser las razones de los que sufrimos la crisis. En primer lugar porque son ineficaces: ningún país ha remontado jamás una depresión contrayendo el gasto público y recortando prestaciones, así se asfixia la economía, no se estimula. En segundo lugar, porque nuestras vidas no son negociables: para vivir necesitamos agua, sanidad, educación, vivienda, renta. Y hablamos de derechos, decididos y regulados democráticamente, no de privilegios o lujos que dependan del buen humor de la élites.

Tenemos que recapitular y recordar porqué se origina la crisis y quiénes son los culpables. Tenemos que salir del relato de los recortes, de la falsa salida “entre todos” de la crisis y pasar a la ofensiva. Si aceptamos que el problema son los servicios públicos y su financiación, estaremos olvidando como en los últimos 30 años los salarios no han dejado de bajar y los beneficios empresariales de subir. El espejismo de la deuda, del crédito a lo largo de estos años, no ha hecho más maquillar lo que desde el principio ha sido un robo en toda regla.
Por eso hoy nos vamos a la Bolsa, porque no queremos seguir pagando su estafa colectiva y exigimos nuestro derecho democrático a decidir sobre lo que nos afecta, sobre lo que allí ocurre. Tenemos que romper la jaula mental del discurso dominante. No sólo queremos que dejen de robarnos, también sabemos que la casta que nos ha traído al abismo es incapaz de sacarnos si no es destruyendo nuestras condiciones laborales y de vida, y nuestras sociedades. Por ahí no pasamos, por eso tiene que irse. Buscamos que nos devuelvan todo el expolio que han provocado. Nos deben las costas destruidas, nos deben nuestros derechos, nos deben a todos, todo el dinero que ganan por precarizarnos: ¡Nos deben pasta!
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